lunes, 19 de diciembre de 2011

Pánico al Amanecer


Pánico al amanecer
Kenneth Cook
Seix Barral
189 pag.

Comentario de Luis Rodríguez

Este año coincide en nuestra librerías dos obras de Kenneth Cook (1929-1987): El koala asesino, quince relatos cargados de ironía que publica Sajalín Editores (atención a esta magnífica editorial que nos trae autores extranjeros contemporáneos, gracias a ella pudimos leer la extraordinaria Sarinagara de Philippe Forest), y Pánico al amanecer.

Kenneth Cook fue un hombre activo. Periodista, guionista, presentador de televisión, publicó más de veinte libros y tuvo el curioso honor de haber montado la primera granja de mariposas en Australia, su país.

Pánico al amanecer es un clásico de la literatura australiana. Fue publicada en 1961. Dos años más tarde, el actor Dirk Bogarde compró los derechos para una adaptación cinematográfica que finalmente no pudo dirigir, como estaba previsto, Joseph Losey. La dirigió Ted Kotcheff (sí, el de Acorralado) con cierto éxito.

John Grant, el protagonista de este relato, es el discreto profesor de la escuela de Tiboonda, situada en el interior, a unos dos mil kilómetros de la costa. Comienzan las vacaciones y John, con su cheque y un pequeño ahorro, decide pasar sus seis semanas de descanso en la playa. Se detiene en Bunanyabba, primera parada todavía lejos de su destino; conoce, sucesivamente, al policía Jock Crawford, a Tim Hynes, a su hija Jane, al doctor Tydon, a los mineros Joe y Dick, convertidos todos ellos en ángeles custodios del descenso a los infiernos de un hombre normal, como cualquiera de nosotros.

La cerveza, el juego, la caza, la cerveza otra vez, constante, en una historia bien contada, visual, de trazo escueto, con personajes que pareciendo caricaturas se desenvuelven con soltura, y cuya bondad perjudica.

No conozco Australia, no sé si los pueblos mineros del interior y sus gentes son así, no importa. Pánico al amanecer tiene, como todas las buenas novelas, su propia atmósfera, por donde transitan unos personajes agarrados a su rutina con las dos manos para no abismarse en sí mismos. John Grant no tiene tanta suerte, por fortuna para esta excelente novela.

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