Todos convivimos con nuestros yos presentes y pasados equivocados, de cómo tomamos caminos aleatoriamente sin pensar una y otra vez mientras esperamos la otra oportunidad, esa esquiva que no llega porque realmente no te atreves a buscarla
Ni siquiera los perros, de Jon McGregor
La vida en un chute, o como todos convivimos con nuestros yos presentes y pasados equivocados, de cómo tomamos caminos aleatoriamente sin pensar una y otra vez mientras esperamos la otra oportunidad, esa esquiva que no llega porque realmente no te atreves a buscarla. Esta novela refleja a todos esos adultos encerrados en mentes adolescentes, que un buen día quedaron atrapados en una espiral de la que solo se sale muerto o de rebote por una buena patada.
La vida en un chute, o como todos convivimos con nuestros yos presentes y pasados equivocados, de cómo tomamos caminos aleatoriamente sin pensar una y otra vez mientras esperamos la otra oportunidad, esa esquiva que no llega porque realmente no te atreves a buscarla. Esta novela refleja a todos esos adultos encerrados en mentes adolescentes, que un buen día quedaron atrapados en una espiral de la que solo se sale muerto o de rebote por una buena patada.
El joven escritor británico
Jon McGregor, cuyas anteriores novelas han sido nominadas al Premio Booker,
recrea en Ni siquiera los perros un mundo muy cercano, marcado por el
dolor y la soledad. Una noche gélida de diciembre, en una ciudad del norte de
Inglaterra, encuentran el cuerpo de un hombre en el suelo de su mísera
vivienda. Lleva varios días muerto, y tras no ser reclamado, el cadáver es
incinerado al poco tiempo. Así conoce el lector a Robert Radcliffe, el
inolvidable protagonista de esta novela. Cuando la policía empieza a
reconstruir los hechos que condujeron a su muerte, la historia de Robert se
despliega a través de las voces de quienes lo conocieron, que, como un coro
trágico, van delineando un recorrido vital marcado por la pérdida. Los
prometedores inicios de una relación de pareja pronto dan paso a la
desesperanza, a la botella de whisky vacía en el fregadero junto a los biberones;
luego, los gritos, el miedo y el abandono. A partir de ahí, la espiral
descendente se torna vertiginosa, una existencia presidida por el alcohol y las
drogas. Robert se convierte de este modo en el centro de un pequeño microcosmos
de vidas rotas, de seres humanos desahuciados por su incapacidad de adaptación.
La suma de estas voces marginales y fragmentadas confiere a este emocionante
relato su intensidad, su dulzura y su afilada dureza. Ni siquiera los perros
plasma con rigor y empatía las vidas que se quedan en la cuneta, la pérdida del
amor y el vacío más insondable.
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