Los amigos de Brau Blocau Teatre nos presentan este interesante trabajo que se presentará en marzo en Castellón.
Hamelin, Premio Nacional 2005 y Max 2006, es una de
aquellas obras de teatro que, con palabras del propio autor, “no gusta a
todos”. Una de esas obras malditas. Una obra, en definitiva, para la sociedad y
contra la sociedad. Quizás ahí resida su fuerza, y la necesidad de difundirla. Hamelin
es una llamada a la responsabilidad común que trasciende más allá de su
propia temática , pero sólo adquiere vida propia en el instante en que el
espectador se la otorga.
En Brau Blocau Teatre
nos hemos generado la ilusión de que quizá pueda servir para algo ofrecer
nuestro minúsculo grano de arena. Una ilusión
que necesita crecer, de ahí nuestra voluntad de compartirla. De usted
depende recrearla o no.
Enrique Guimerá
“El flautista de
Hamelin” fue siempre para mi un cuento de miedo. Un cuento en el que una ciudad
recibe el peor de los castigos. Ya, ya sé que hay una versión menos pavorosa:
para dar una lección al alcalde tacaño, el músico se lleva a los niños; el buen
pueblo se levanta contra el ingrato, que paga lo prometido; los críos regresan
y Hamelin vuelve a sonreír. También yo oí muchas veces esa versión, sin acabar
de creérmela nunca. Hasta que alguien me contó el cuento de otra manera: todos
los habitantes de Hamelin comparten la culpa y, cuando quieren corregirse, es
demasiado tarde; los inocentes nunca vuelven.
La versión áspera del
cuento es más verosímil y se parece más al mundo en que vivimos. En nuestro
mundo, los niños son los primeros que pagan. Pagan los vicios de los mayores,
la violencia de los mayores, la mala política de los mayores, las mentiras de
los mayores. En este sentido, el Hamelin que no sabe proteger a sus niños es
como muchas ciudades de nuestro mundo.
Yo me propuse contar
el cuento de una de esas ciudades. Sin embargo, al pensar por primera vez en
él, en sus diversos espacios, en sus muchos personajes, vacilé: “Eso es cine”,
me dije. “Eso no puede ser teatro”. La afirmación “Eso no puede ser teatro”
procede de una visión empequeñecida del teatro de la que quizá seamos en buena
medida responsables los que hacemos teatro. Hemos abandonado tantas trincheras,
tantas posiciones, que el teatro ha llegado a parecernos incapaz de representar
sino una pequeña porción de la experiencia humana.
Frente a la afirmación
“Eso no puede ser teatro”, hay que levantar -no desde los manifiestos, sino
desde la práctica escénica- la afirmación de que el teatro puede representarlo
todo. Siempre que no traicione su origen. El origen del teatro, y su mayor
fuerza, está en la imaginación del espectador. Si hace del espectador su
cómplice, el teatro es imbatible como medio de representación del mundo.
Sólo con palabras, y
con la complicidad de sus espectadores, Sófocles, Shakespeare o Calderón podían
convertir el pequeño escenario en una ciudad invadida por la peste, un mar
tempestuoso o un castillo polaco. Usaban las palabras como aquellos
cuentacuentos capaces de crear en el aire un zapato de cristal o un bosque.
Como las usan los niños, que, sólo nombrándolo, pueden traer aquí y ahora
cualquier lugar y cualquier tiempo.
Mi padre me contó que
iba a una escuela tan pobre que tenía que llevarse la silla de casa. “Hamelin”
es una obra de teatro tan pobre que necesita que el espectador ponga, con su
imaginación, la escenografía, el vestuario y muchas cosas más. A cambio, le
ofrece entrar en un cuento, desde el “Érase una vez” hasta el “Colorín colorado”.
El cuento de una ciudad que no ama bien a sus niños.
Juan Mayorga
SOBRE HAMELIN
En Hamelin asistimos
al proceso a la sociedad. Abundan los motivos para llevarlo a cabo, pero Juan
Mayorga se ha centrado en uno de los más miserables: el que convierte a los
niños en víctimas del abandono de los adultos y de sus abusos. Y, entre los
abusos, ha elegido el que quizás provoque más repugnancia: la pederastia. El
autor nos muestra una ciudad cualquiera que bien pudiera llamarse Hamelin, como
la del cuento. Un nombre bello para un lugar idílico si no conociéramos la
historia del flautista.
Lo que aquí se nos plantea es un caso de pederastia
que es investigado por un juez. Un hombre, presuntamente, ha abusado de un niño
que apenas tiene diez años. En los sucesos reales y en el que es fruto de la
imaginación del autor, que seguramente bebe en aquellos, el delito suele ser el
eslabón último de otros delitos. Las indagaciones del juez así lo acreditan.
Las relaciones de un adulto de desahogada posición económica con el niño, hijo
de familia con escasos recursos y formada por ocho miembros, se ven facilitadas
por la existencia de un caldo de cultivo adecuado en el que se mezclan la falta
de ética, el poder del dinero, la necesidad de supervivencia y la incultura.
Juan Mayorga no se detiene ahí. Habla del papel de la prensa, entre morboso y
sensacionalista, a la hora de abordar estos asuntos. Además, entramos de su
mano en la propia casa del juez y descubrimos con asombro que ese hombre
preocupado por el destino de la criatura agredida, no es capaz de prestar la
más mínima atención a su hijo, ni a sus problemas. La soledad del muchacho y la
incomunicación con su padre, le convierten en un ser capaz de golpear a su
propia madre y cuya agresividad provoca su expulsión de la escuela.
El formato de investigación judicial elegido aleja el
peligro de adentrarse en florituras literarias que hubieran llevado la obra por
derroteros melodramáticos y quién sabe si truculentos. Aun así, Mayorga tiene
la habilidad, o la precaución, de dejar espitas abiertas a lo largo de la trama
para que el espectador tenga la posibilidad de diluir, o no, cualquier
posicionamiento. Los contenidos tampoco comprometen al autor a proponer
soluciones o a tomar partido por unos u otros.
Con un lenguaje a caballo entre el judicial y el
periodístico, o mejor dicho inspirado en ellos, va poniendo sobre el tapete la
información necesaria para que el espectador saque sus propias conclusiones.
Tarea difícil, por cierto, pues los personajes no son buenos o malos, sino que,
en cada uno de ellos, andan mezcladas la culpabilidad y la inocencia. Cuento
duro, pues, el que el autor narra a unos adultos de cuya inteligencia no duda,
pero que, como espectadores de teatro, están perdiendo el hábito de la
reflexión, porque lo que ven no suele invitar a ello.
SINOPSIS
La
obra nos plantea, con la ayuda de un personaje-acotador, un presunto caso de
pederastia que es investigado por un juez: las relaciones de un adulto de
desahogada posición económica y bien relacionado, Pablo Rivas, y Josemari, un
niño que apenas tiene diez años, hijo de familia de escasos recursos y formada
por ocho miembros.
A
raíz de filtrar una información, y tras incautarse de un material informático
que apunta directamente a Rivas, Montero comienza las investigaciones.
Interroga al presunto pederasta, ordena varias detenciones, efectúa entrevistas
con los implicados, convoca a medios de prensa, incluso es asesorado por la
psicopedagoga de su propio hijo. Las indagaciones del juez se debaten entre la
certeza y las dudas acerca de un delito del que, aun siendo el eslabón último
de otros delitos, no consigue encontrar pruebas concluyentes. Absorbido por el
caso, hasta el punto de descuidar los problemas de su propia familia, Montero
se decide a llegar al límite a cambio de conocer la verdad.
Acotador……….... Rosa María Pérez
Montero…………..Enrique Guimerá
Rivas……………….Juananth Figueroa
Julia, Feli.……...Ana Fábrega
Raquel, chica….Ale Babiloni
Josemari, Jaime….Jordi Gallén
Paco, Gonzalo…….Héctor Martín
Concejalía de Cultura
Ayuntamiento de Castellón
8 marzo – 20h
9 marzo – 19h
TEATRE DEL RAVAL
Localidades – 5€
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