Sueños de trenes, de Denis Johnson. Reseña de Luis Rodríguez
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Sueños de
trenes
Denis
Johnson
Trad. Javier
Calvo
Literatura Random
House
137 pág.
La salud de la literatura
estadounidense actual es excelente. No conozco ningún país que pueda exhibir una
decena de escritores a la altura de Thomas Pynchon, Don DeLillo, Philip Roth,
Denis Johnson, Cormac McCarthy, E.L. Doctorow, Jeffrey Eugenides, Toni Morrison,
Robert Coover y William T. Vollmann. ¿Diez?: Richard Ford, Marilynne Robinson, Richard Russo, Stephen
King, George Saunders, Michael Chabon, Lydia Davis, Junot Diaz, Joyce Carol
Oates…
Poeta, cuentista,
dramaturgo, ensayista, novelista, Denis Johnson solo había publicado poesía
cuando en 1983 apareció su novela Ángeles
derrotados. De entonces a hoy, son ya 10 y un libro de cuentos: Hijo de Jesús. En castellano, podemos
leer los citados y cuatro novelas: Árbol
de humo, El nombre del mundo, Que nadie se mueva y Sueños de trenes.
Hay autores extranjeros, Bernhard es
el más significativo, que cuentan con un excelente traductor al castellano para
toda su obra, hasta el punto de que seguramente no es inocente del mérito de su
suerte. Pero, si esto ya es raro, lo es todavía más cuando disfrutamos de un
autor por mano de varios y también excelentes traductores. Johnson disfruta ese
beneficio con Benito Gómez Ibañez, Rodrigo Fresán (pertinaz valedor) y Javier
Calvo.
La escritura de Sueños de trenes se sitúa temporalmente
tras El nombre del mundo y con
anterioridad a la ambiciosa, portentosa y premiada Árbol
de humo. Fue publicada en la revista The Paris Review en 2002, aunque no fue
libro hasta el 2011, siendo ese año finalista del Pulitzer junto con Foster
Wallace. El premio, vaya por Dios, fue declarado desierto.
Las cien primeras páginas de Sueños de trenes son un prodigio
literario; el cuerpo del texto, color tierra, entre fibrado y mítico, se te
aloja en esa zona del cerebro que anula tu voluntad y te entrega al puro
disfrute sin concesiones. Sueños de trenes nos arrastra
literalmente, sin opción a decidir la velocidad ni el camino ni el tiempo
(porque son excelentes los saltos temporales) por la vida de Robert Grainier,
quien no sabía exactamente desde dónde lo
habían mandado, porque su prima mayor le decía una cosa y el segundo mayor le
decía otra, y él no se acordaba. El segundo mayor de sus primos también le
aseguraba que en realidad no eran primos, mientras que la mayor le decía que sí,
que la madre de ellos, a quien Grainier consideraba también su propia madre, era
en realidad su tía. Sus primos se mostraban de acuerdo en que Grainier había llegado en tren. Pero
¿cómo había perdido a sus padres originales? Nadie se lo había explicado
nunca.
De acuerdo con sus cálculos, había
nacido en algún momento de 1886, o bien en Utah o bien en Canadá. Había llegado
después de pasar varios días a bordo del tren, con su destino escrito en el
dorso de un recibo del banco que llevaba sujeto con un imperdible en la
pechera.
Es la vida de Robert
Grainier, sus trabajos como talador, transportista, en la vía ferroviaria, hasta 1968. Es un ejercicio literario,
quizá decaído al final, que debe situarse inexcusablemente en la agenda de
lecturas de cualquier lector con un mínimo de ambición.
¿A quién se parece? A
nadie. Los escritores que a mí me gustan no se parecen nunca a nadie, no lo
consiento; porque se me antoja que las
deudas y las comparaciones, todas, le muerden los tobillos al respeto que
acompaña siempre a mi admiración. Claro que podemos convocar al de costumbre,
Faulkner: es una novela rural; incluso hay un personaje, Gladys, quien, aun
habiendo crecido en una casa en medio de
un pasto soleado, y teniendo las
manos igual de ásperas que un hombre
de cincuenta años, dice: Ahora mismo
creo que entiendo todo lo que existe. O a Melville, cómo no.
Se dice, se repite con frecuencia, que
Denis Johnson es un nuevo Salinger, un tipo huidizo y extraño. No, no puede
serlo alguien que ha sido profesor de escritura creativa, que interviene en una
película basada en su libro Hijo de
Jesús, es ¡imaginad a Salinger! el hombre que entra en un hospital con un
cuchillo clavado en el ojo hasta la empuñadura. No. Denis Johnson solo es un
tipo que vive en Idaho, ajeno al aspecto comercial de su obra literaria, y
entregado, por fortuna, a regalarnos, como solo pueden hacerlo un puñado de
autores, historias de esta belleza.
Reseña de Luis Rodríguez
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