El retablo de No. Luis Rodríguez. Tropo editores.
La sublimación de la negación. Una introspección épica que
nos lleva a cuestionarnos si no somos todos autistas. Podríamos hablar durante
horas apenas sobre 10000 palabras que
constituyen “El retablo de No” breve, el extenso son 20000 y tal vez ni
eso. ¿Acaso lo ha contado alguien? Qué
más da, lo importante es que creas que son 10000 en un caso y 20000 en otro
para así darle la razón al autor. Todo es relativo, lo tangible es lo que uno
cree, sea cierto o no.
Nos encontramos aquí con la cuarta persona del singular, el
pronombre “ninguno”. Tenemos yo, tú, él y ninguno. En este punto nos centramos
e indagamos en la vida de los personajes, que constituyen una compañía de
teatro que hacen habitualmente el papel de muertos, pero que tras los ensayos
van al bar a hablar de sus cosas, quitarse la tensión de los ensayos y de paso,
indagar sobre Hamlet y el paralelismo de esta obra con sus vidas. Como no se
reconocen en ellas, en sus propias vidas, se creen habitar en pasados ajenos
que moldean según su interés inmediato.
Terminas de leer la versión larga, o la corta, y empiezas de
nuevo con un criterio más afinado. Terminas la versión corta o larga y tu
percepción se concentra en la idea. Vuelves a empezar y te encuentras en un sinfín, un infinito que
puede llevarte al borde de la locura, pues quieres más, necesitas despejar los
cientos de elipsis que aparecen en el libro y que crees ir descubriendo. Lo
importante es que lo creas y hagas que este libro sea tuyo.
Esta es parte de mi realidad al leer “El retablo de No”,
lean y descubran su realidad. Seguramente será distinta de la mía, pero aquí
tenemos el juego del autor con el lector. Que cada uno entienda lo que le dé la
gana. Todo es lo que tú quieres que sea.
«Yo quería escribir la historia de un director de teatro,
con cierta fama, que acepta del encargo de montar Hamlet porque no le gusta
Shakespeare».
El retablo de no nos habla de actores, de la oportunidad que
tienen de vivir otras vidas para así huir de sí mismos. Habla también de personas que respiran mejor en su
reflejo, en su sombra. Habla, por lo tanto, de la identidad, de la herida.
La trama es un pretexto para llevar a cabo una fuerte
reflexión sobre el concepto de identidad y su proceso de construcción. El
protagonista recrea vidas porque no le gusta la suya, recuerda cosas que no ha
vivido, construye en la vida, como en el teatro. Juega con la fragilidad de la
verdad y con el desinterés de la humanidad por esta. La verdad es lo que
decidimos creer, aunque no es verdad. Nada es verdad, nada es real.
El resultado es un rompecabezas que busca confundir, como se
confunden muchas veces los límites de lo ocurrido y lo registrado, lo real y lo
construido, la realidad y la memoria.
Si está contada de dos formas es porque la obra nace del
impulso inherente a su autor de autoeditarse permanentemente. Sus dos cubiertas
invitan a abrir el libro por cualquiera de sus lados, dejando a criterio del
lector cuál debiera ser su comienzo. En su mano está leer ambas versiones, tal
vez sólo una. La más extensa contiene a la más breve, pero el final de ambas se
contradice. La interpretación de cada versión es del lector, pues al final,
¿qué es la literatura sino un juego de interpretaciones múltiples? ¿Qué es la
vida sino ficción?
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