Opinión sobre El retablo de No, de Luis Rodríguez. Tropo editores
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La sublimación de la negación. Una introspección épica que
nos lleva a cuestionarnos si no somos todos autistas. Podríamos hablar durante
horas apenas sobre 10000 palabras que
constituyen “El retablo de No” breve, el extenso son 20000 y tal vez ni eso. ¿Acaso lo ha contado alguien? Qué más da, lo
importante es que creas que son 10000 en un caso y 20000 en otro para así darle
la razón al autor. Todo es relativo, lo tangible es lo que uno cree, sea cierto
o no.
Nos encontramos aquí con la cuarta persona del singular, el
pronombre “ninguno”. Tenemos yo, tú, él y ninguno. En este punto nos centramos
e indagamos en la vida de los personajes, que constituyen una compañía de
teatro que hacen habitualmente el papel de muertos, pero que tras los ensayos
van al bar a hablar de sus cosas, quitarse la tensión de los ensayos y de paso,
indagar sobre Hamlet y el paralelismo de esta obra con sus vidas. Como no se
reconocen en ellas, en sus propias vidas, se creen habitar en pasados ajenos
que moldean según su interés inmediato.
Terminas de leer la versión larga, o la corta, y empiezas de
nuevo con un criterio más afinado. Terminas la versión corta o larga y tu
percepción se concentra en la idea. Vuelves a empezar y te encuentras en un sinfín, un infinito que
puede llevarte al borde de la locura, pues quieres más, necesitas despejar los
cientos de elipsis que aparecen en el libro y que crees ir descubriendo. Lo
importante es que lo creas y hagas que este libro sea tuyo.
Esta es parte de mi realidad al leer “El retablo de No”,
lean y descubran su realidad. Seguramente será distinta de la mía, pero aquí
tenemos el juego del autor con el lector. Que cada uno entienda lo que le dé la
gana. Todo es lo que tú quieres que sea.
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