El nadador en el mar secreto, por William Kotzwinkle
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El
nadador en el mar secreto. W. Kotzwinkle.
Escrita en 1975 tras la
muerte de su primer hijo, El
nadador en el mar secreto, del escritor de género William
Kotzwinkle, pasó más de treinta años en el olvido. Ahora Navona la recupera
para el público español.
El
primer hijo de William Kotzwinkle nació muerto. Su esposa rompió aguas una
mañana, él la llevó al hospital, asistió al parto, vio nacer al bebé, escuchó a
los médicos decir que estaba muerto, salió del paritorio, esperó a la autopsia,
recogió a su hijo, se lo llevó metido en una cajita, lo subió a un trineo y lo
transportó hasta el lugar en donde lo enterraría. Cuando terminó esta penosa
tarea, se encerró en su estudio y casi de un tirón escribió Swimmer in the Secret Sea.
Corría el año 1975. Envío el relato -una novela corta de apenas noventa
páginas- a una revista americana. Se lo publicaron. «Me dijeron que fue el
relato que más cartas de lectores generó nunca», explica Kotzwinkle a El
Cultural. Tanto gustó a la crítica y a los lectores que ganó el National Magazine Award
Fiction y fue nominado a los galardones del Círculo de Críticos Literarios de
Estados Unidos.
Después
vino el silencio. La novela cayó en el olvido. Se podría decir que tuvo una
intensa, pero muy corta vida; pronto se convirtió en un libro condenado a coger
polvo en librerías de viejo o en ciertas bibliotecas consagradas a los libros
de culto. En 2010, una pequeña editorial de Boston y otra aún más modesta de
Nottingham, en Reino Unido, recuperaron la novela para ambos países; pero ésta
apenas tuvo ningún impacto. «Salvo por una magnífica reseña en el suplemento
literario del Times,
el libro no despertó interés alguno», dice el editor de Five Leaves, la
editorial británica.
Por
eso fue tan extraño que, dos años después, en 2012, comenzaran a llegar a sus
oficinas decenas de pedidos. ¿Qué ocurrió? Tuvo lugar una promoción no
solicitada: Ian McEwan citó el libro de
Kotzwinkle en su última novela de espías. Tom y Serena, pareja protagonista
de Sweet Tooth, nunca coincidían en
gustos literarios, salvo con un libro, el de Kotzwinkle. «Doy las gracias a Ian
McEwan por apreciar el mérito artístico de este libro», dice, ahora, el
escritor americano. Tras toda esta peripecia, la novela llega a España por
primera vez en traducción de Enrique de Hériz. El título se ha traducido
literalmente –El nadador en
el Mar Secreto– y la edita Navona en su nueva colección «Los
ineludibles», en la que están previstos cuatro libros al año, uno por cada
estación, con la intención de que «sean percibidos como una colección
sofisticada e ineludible».
Kotzwinkle,
escritor de género conocido, sobre todo, por haber escrito la versión literaria
de E. T. El
extraterrestre y el guion de la cuarta parte de Pesadilla en Elm Street,
habla de esta novela -una rareza en su bibliografía- como de algo muy lejano.
Ni la ha releído ni quiere volver a escribir algo parecido. «Fue un acto de
desesperación», dice. «Escribí
ese libro con lágrimas en los ojos desde la primera a la última página».
Desde entonces, Kotzwinkle ha sido infinitamente más feliz escribiendo novelas
fantásticas e infantiles, decenas de cuentos, novelas y guiones
cinematográficos.
«Mi
mundo quedó aplastado, desgarrado por la mitad», dice, al recordar las
circunstancias en que escribió El
nadador en el mar secreto. Y añade que la historia de algún modo
habita en él, que es un libro que, pese a estar escrito hace treinta años,
siempre ha tenido en la cabeza. Más que un libro, apunta, «es un recuerdo». «La
historia continúa viva en mí. No
he releído el libro, pero lo que ocurrió se escribió en mí, en mi alma. En
ese sentido, siempre he estado leyendo y releyendo este libro».
El
libro es sorprendentemente sobrio y contenido, casi aséptico. ¿Cómo lo logró?
Kotzwinkle cita un ensayo de Nabokov sobre lo que los rusos llaman poshlost: la literatura
falsamente importante, falsamente hermosa, falsamente inteligente, falsamente
atractiva. «Yo era capaz de evitar todas estas trampas porque sólo tenía que
escribir lo que pasó de la mejor manera que sabía, y eso implicaba utilizar una
prosa sencilla y clara». Dice que cualquier aderezo hubiera sido algo así como
una traición: «No podría haber vivido conmigo mismo». Y utiliza la imagen de un
espejo en el que se refleja su tristeza, la de él y la de su mujer: un espejo
que ha de reflejar la realidad sin distorsión. Todavía no ha superado aquel
trance. «El tiempo
embota el dolor, eso es todo». Después cuenta algo que le
ocurre cada vez que ve a un amigo suyo que perdió a su hija en un accidente.
«Cuando nos abrazamos, no necesitamos palabras, no nos decimos nada, nuestra
transmisión es completa e inmediata. Las pérdidas permanecen en nosotros para
siempre. La pérdida
es tan importante como la comida. De alguna manera toma cuerpo en nuestro
interior, se convierte en parte de lo que somos y de esa manera
está siempre con nosotros. Borrar la tragedia sería borrar un pedazo de
nosotros mismos, y nadie es capaz de eso».
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