miércoles, 6 de enero de 2021

El nadador en el mar secreto, por William Kotzwinkle

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El nadador en el mar secreto. W. Kotzwinkle.


Escrita en 1975 tras la muerte de su primer hijo, El nadador en el mar secreto, del escritor de género William Kotzwinkle, pasó más de treinta años en el olvido. Ahora Navona la recupera para el público español.
El primer hijo de William Kotzwinkle nació muerto. Su esposa rompió aguas una mañana, él la llevó al hospital, asistió al parto, vio nacer al bebé, escuchó a los médicos decir que estaba muerto, salió del paritorio, esperó a la autopsia, recogió a su hijo, se lo llevó metido en una cajita, lo subió a un trineo y lo transportó hasta el lugar en donde lo enterraría. Cuando terminó esta penosa tarea, se encerró en su estudio y casi de un tirón escribió Swimmer in the Secret Sea. Corría el año 1975. Envío el relato -una novela corta de apenas noventa páginas- a una revista americana. Se lo publicaron. «Me dijeron que fue el relato que más cartas de lectores generó nunca», explica Kotzwinkle a El Cultural. Tanto gustó a la crítica y a los lectores que ganó el National Magazine Award Fiction y fue nominado a los galardones del Círculo de Críticos Literarios de Estados Unidos.
Después vino el silencio. La novela cayó en el olvido. Se podría decir que tuvo una intensa, pero muy corta vida; pronto se convirtió en un libro condenado a coger polvo en librerías de viejo o en ciertas bibliotecas consagradas a los libros de culto. En 2010, una pequeña editorial de Boston y otra aún más modesta de Nottingham, en Reino Unido, recuperaron la novela para ambos países; pero ésta apenas tuvo ningún impacto. «Salvo por una magnífica reseña en el suplemento literario del Times, el libro no despertó interés alguno», dice el editor de Five Leaves, la editorial británica.
Por eso fue tan extraño que, dos años después, en 2012, comenzaran a llegar a sus oficinas decenas de pedidos. ¿Qué ocurrió? Tuvo lugar una promoción no solicitada: Ian McEwan citó el libro de Kotzwinkle en su última novela de espías. Tom y Serena, pareja protagonista de Sweet Tooth, nunca coincidían en gustos literarios, salvo con un libro, el de Kotzwinkle. «Doy las gracias a Ian McEwan por apreciar el mérito artístico de este libro», dice, ahora, el escritor americano. Tras toda esta peripecia, la novela llega a España por primera vez en traducción de Enrique de Hériz. El título se ha traducido literalmente –El nadador en el Mar Secreto– y la edita Navona en su nueva colección «Los ineludibles», en la que están previstos cuatro libros al año, uno por cada estación, con la intención de que «sean percibidos como una colección sofisticada e ineludible».
Kotzwinkle, escritor de género conocido, sobre todo, por haber escrito la versión literaria de E. T. El extraterrestre y el guion de la cuarta parte de Pesadilla en Elm Street, habla de esta novela -una rareza en su bibliografía- como de algo muy lejano. Ni la ha releído ni quiere volver a escribir algo parecido. «Fue un acto de desesperación», dice. «Escribí ese libro con lágrimas en los ojos desde la primera a la última página». Desde entonces, Kotzwinkle ha sido infinitamente más feliz escribiendo novelas fantásticas e infantiles, decenas de cuentos, novelas y guiones cinematográficos.
«Mi mundo quedó aplastado, desgarrado por la mitad», dice, al recordar las circunstancias en que escribió El nadador en el mar secreto. Y añade que la historia de algún modo habita en él, que es un libro que, pese a estar escrito hace treinta años, siempre ha tenido en la cabeza. Más que un libro, apunta, «es un recuerdo». «La historia continúa viva en mí. No he releído el libro, pero lo que ocurrió se escribió en mí, en mi alma. En ese sentido, siempre he estado leyendo y releyendo este libro».

El libro es sorprendentemente sobrio y contenido, casi aséptico. ¿Cómo lo logró? Kotzwinkle cita un ensayo de Nabokov sobre lo que los rusos llaman poshlost: la literatura falsamente importante, falsamente hermosa, falsamente inteligente, falsamente atractiva. «Yo era capaz de evitar todas estas trampas porque sólo tenía que escribir lo que pasó de la mejor manera que sabía, y eso implicaba utilizar una prosa sencilla y clara». Dice que cualquier aderezo hubiera sido algo así como una traición: «No podría haber vivido conmigo mismo». Y utiliza la imagen de un espejo en el que se refleja su tristeza, la de él y la de su mujer: un espejo que ha de reflejar la realidad sin distorsión. Todavía no ha superado aquel trance. «El tiempo embota el dolor, eso es todo». Después cuenta algo que le ocurre cada vez que ve a un amigo suyo que perdió a su hija en un accidente. «Cuando nos abrazamos, no necesitamos palabras, no nos decimos nada, nuestra transmisión es completa e inmediata. Las pérdidas permanecen en nosotros para siempre. La pérdida es tan importante como la comida. De alguna manera toma cuerpo en nuestro interior, se convierte en parte de lo que somos y de esa manera está siempre con nosotros. Borrar la tragedia sería borrar un pedazo de nosotros mismos, y nadie es capaz de eso».

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